viernes, septiembre 01, 2006

Diógenes melancólico

Bruno Marcos
Como él no sabe lo que son las metáforas mira directamente hacia la luz, sin miedo a cegarse fija sus ojitos azules en la claridad. Después de 9 meses en la oscuridad se siente atraído por la luz solar o por la incandescencia de una lámpara. Intento evitar que se deslumbre pero de alguna manera me enorgullece esa valentía, me reconozco en ella. ¿Qué es la luz? Se preguntará en un pensamiento sin lenguaje.
A veces son las sombras lo que le cautiva, ese contraste le encandila durante algunos minutos y otras veces es el simple techo, los techos de la casa son su cielo.
Ayer, como un Diógenes cualquiera, me quedé durmiendo en el sofá y luego me dijeron que pasó por la puerta de mi casa todo el cortejo fastuoso de la vuelta ciclista: la serpiente multicolor, las sonoras sirenas, los centauros motorizados, las libélulas mecánicas... Si se hubieran parado en mi portal y, como Alejandro, me hubieran concedido un deseo yo habría pedido que me dejaran seguir durmiendo.
Los días remolonean pisándose la cola unos a otros. Todavía la edad de Darío se mide con días. En una película de ayer un canalla motejaba a un chico como el muchacho melancólico, quizá sea eso, ser como yo una enfermedad, un melancólico, una melancolía.
Mientras ello mira hacia la luz con un gesto lleno de una inteligencia melancólica. Espero que no le ocurra como a Alejandro Sawa. Cuenta Rubén Darío que meses antes de expirar escribió tanteando, a pedido de un periodista que le visitara, esta frase: «Recuerdo de un hombre cuyas pupilas quedaron abrasadas por su afán de mirar fijamente a lo infinito.»